Revista CHILD MALTREATMENT, Vol. 3, No. 2, mayo de 1998,
100-1115
© 1998 Sage Publications, Inc.
EL SÍNDROME DE ALIENACIÓN PARENTAL: ¿EN QUÉ CONSISTE Y
QUÉ INFORMACIÓN LO SUSTENTA?
Kathleen Coulborn Faller
Escuela
de Trabajo Social
Universidad de Michigan
El presente artículo describe el síndrome de alienación parental, las
características y dinámicas que se le asignan y los métodos utilizados para
documentar su existencia. Posteriormente se hace una revisión de la
investigación relacionada con diversos principios del síndrome de alienación
parental. Por último se evalúa la utilidad de dicho síndrome para los
profesionales de la salud mental y para las cortes al explicar las presunciones
y alegaciones de abuso sexual en situaciones de divorcio.
Los niños y las niñas pueden ponerse de parte de uno
de los padres cuando éstos se divorcian. Recientemente se ha propuesto la
existencia de un fenómeno un tanto distinto: el síndrome de alienación
parental. Este síndrome propone una nueva explicación a los informes de abuso
sexual cuando los padres se están divorciando o ya están divorciados. Ha sido
objeto de consideración para muchos profesionales, de cierta aprobación por
parte de los medios de comunicación y de atención en las salas de las cortes.
Merece y requiere nuestro examen crítico. El presente artículo describe, en
primer lugar, el síndrome de alienación parental, específicamente su
definición, sus hipotetizadas características, las propuestas dinámicas más
relevantes y las estrategias de evaluación relacionadas con éste. Asimismo, en
este artículo se discutirá la investigación aplicable al síndrome de alienación
parental y se evaluará su utilidad en la toma de decisiones frente al abuso
sexual.
El síndrome de alienación
parental
La esencia del síndrome de alienación parental es una
circunstancia en la cual el niño o la niña muestra una fuerte afinidad con uno
de los padres y alienación frente al otro, por lo general cuando los padres se
encuentran en proceso de divorcio o ya están divorciados. Adicionalmente, los
comportamientos negativos que el niño/la niña atribuye al padre alienado son
triviales, extremadamente exagerados o completamente falsos. En la mayoría de
los casos estos comportamientos incluyen una acusación de abuso sexual.
Richard A. Gardner es el profesional que impuso el
término; síndrome de alienación parental. Gardner ha producido un extenso
número de escritos acerca de este síndrome para los casos de alegaciones de
abuso sexual. En su folleto gratuito Qualifications
of Richard A. Gardner, M.D., for Providing Court Testimony [Criterios de
clasificación para la rendición de testimonios ante las cortes del Dr. Richard
A. Gardner] (1992b) manifiesta que, habiendo trabajado en procesos de custodia
de niños y niñas en casos de divorcio a principios de la década de 1980,
comenzó a observar un “nuevo desorden psiquiátrico” para el cual acuñó el
término de “Síndrome de alienación parental”. Añade que elaboró su primer
artículo sobre este tema en 1985 y que publicó su primer libro acerca del
síndrome, The Parental Alienation
Syndrome and the Difference Between Fabricated and Genuine Child Sex Abuse [El
síndrome de alienación parental y la diferencia entre el abuso sexual infantil
inventado y el genuino], en 1987 (Gardner, 1992b, p. 2).
Los conceptos importantes para comprender el síndrome
de alienación parental son sus características, que incluyen la definición de
Gardner de lo que generalmente acaba causando, es decir, una acusación falsa de
abuso sexual; así como la visión de éste de cómo se desarrolla el síndrome y
sus concepciones acerca de otras características humanas que no son específicas
del síndrome de alienación parental. Tales conceptos y dos procedimientos que
Gardner ha desarrollado para evaluar las alegaciones de abuso sexual serán
objeto de discusión en esta sección.
Elementos del síndrome de
alienación parental
De acuerdo con Gardner las dos partes actuantes en el
síndrome de alienación parental son el niño/la niña y el padre por el cual el
niño/la niña siente una atracción libidinosa (por ejemplo por el cual concentra
energía física, con quien se siente atado(a)), y que es descrito como el “padre
acusador”. Según Gardner, las acciones del padre alienado o “acusado” tienen
muy poco o nada que ver con los sentimientos negativos del niño/la niña sobre
su padre ni con las alegaciones contra él/ella. Específicamente, anota Gardner,
el padre alienado “sólo ha dado amoroso cuidado parental normal o, en el peor
de los casos, ha mostrado un deterioro mínimo en su capacidad de dar ese
cuidado parental” (Gardner, 1992b, pp. xviii, referido textualmente en la p.
61). De hecho, establece en su libro de 1992 que el síndrome de alienación
parental sólo se ajusta en casos de falsas acusaciones (Gardner, 1992a). Si un
niño/una niña es alienado(a) por aquel padre que realmente lo(a) ha maltratado
no se trata de este síndrome; se está ante algo diferente.
Gardner (1992a) considera que este “desorden
psiquiátrico” está aumentando rápidamente y muestra que lo ha hallado en el 90%
de los niños y niñas que ha visto y que se encuentra en procesos de custodia
(p. 59). Afirma, además, que en el 90% del tiempo el padre acusador es la madre
del niño/la niña, por lo que el padre acusado es el papá. No obstante, en los
casos restantes, los roles son al contrario (Gardner, p. 106)[1].
Gardner diferencia el síndrome de alienación parental
de la programación y del lavado cerebral corrientes. Sostiene que el fenómeno
es iniciado por el padre acusador que programa a su hijo/hija, pero que en
verdad el niño/la niña agrega su propia parte –es decir, quejas específicas
como la acusación de abuso sexual-. Gardner (1992a) manifiesta que ha
identificado tres tipos diferentes de este desorden: síndrome de alienación
parental severo, moderado y leve.
Características del síndrome de
alienación parental
Los componentes más notorios del síndrome de
alienación parental se hallan en características del niño/la niña, de quien
acusa y en la alegación misma de abuso sexual.
El niño o la
niña. Las características son las siguientes: El niño/la
niña muestra aversión obsesiva por el padre alienado basándose en “quejas
débiles, frívolas o absurdas” (Gardner, 1992a, p.68). Es más, estas quejas
pueden estar caracterizadas por “escenarios prestados”, probablemente tomados
del padre al que el niño/la niña ama (Gardner, 1992a, pp. 77-80).
Adicionalmente, no se observa ambivalencia respecto de los sentimientos frente
al padre que se ama o al que se odia, ni culpabilidad por odiar al padre
alienado y se presenta un apoyo reflexivo por el padre amado. Finalmente, el
niño/la niña expresa aversión por otros miembros de la familia del padre
alienado. Por ejemplo manifestando: “No quiero ver al tío Tomás porque me hizo
sentir mal por no ver a mi papá” (Gardner, pp. 80-81).
El padre que
acusa. Las características básicas del padre, o la madre,
que acusa falsamente, constituyen esfuerzos de programar o hacer lavado de
cerebro al niño/la niña. Gardner afirma que las motivaciones para estos actos
abarcan desde las completamente concientes hasta las profundamente inconcientes.
Las motivaciones concientes incluyen ponerle nombres
al padre, presumiblemente en presencia de su hijo(a), destruir objetos de la
casa que sean recuerdos de él, romper fotografías de sus familiares. También la
madre puede culpar al padre completamente porque se ha acabado la unión marital
sin asumir ninguna responsabilidad por sus propias fallas. Gardner (1992a)
enumera las siguientes como estrategias de lavado cerebral conciente: “pedir al
padre que estacione el carro al frente de la casa y que toque el pito” cuando
va a recoger al niño/la niña para las visitas (p. 86), recibir “órdenes...
derivadas de quejas ideadas e incluso producto de trastornos de alucinación o
delirio ... por violencia” (p. 87), elegir personas diferentes al padre para el
cuidado del niño/la niña como niñeras y no permitir visitas cuando el niño/la
niña está enfermo(a). Gardner también describe como programación mental una
variedad de maniobras para interferir las visitas de los padres y los contactos
telefónicos con el niño/la niña. Asimismo, la madre puede empezar a tratar de
“tentar” al hijo/la hija mayor para alienar al padre para que así esto se
extienda a los menores (p. 98).
Dentro de las manipulaciones inconcientes para
programar mentalmente se encuentran: si la madre es neutral en cuanto a las
visitas, Gardner (1992b) dice que está “comunicando críticas al padre” y de
igual manera, si ella deja que el niño/la niña decida si quiere la visita,
afirma que se trata de lavado cerebral inconciente (p. 100). Según Gardner, decir
cosas como “Tienes que ir a ver a tu padre, si no lo haces nos llevará ante la
corte” (p. 101) constituye otro ejemplo. Adicionalmente, Gardner afirma que
cuando la madre llama al niño/la niña durante su visita con el padre para
averiguar qué han estado haciendo padre e hijo(a) o preguntar al niño/la niña,
al regresar, si está bien son también manifestaciones de lavado cerebral
inconciente. Otros ejemplos incluyen el no hablar del padre o mudarse a una
ciudad distante. Con esto último se le está dando a entender al niño/la niña
que las visitas no son importantes.
La falsa
acusación. Al argumentar lo que para él significa “falsa
acusación de abuso sexual” Gardner (1992c) manifiesta que en esta categoría se
comprenden casos en los cuales la alegación es una invención así como también
casos en los que quien acusa sufre de trastornos de delirio. Más aún, afirma
que una acusación puede empezar siendo un engaño pero que con el tiempo el
padre que acusa acaba creyéndoselo, caso en el que el acusador termina desvariando.
De hecho, Gardner sostiene que las falsas acusaciones se dan a lo largo de una
cadena continua que va desde la invención total al delirio total.
En la definición de Gardner parecería no haber ningún
espacio para errores honestos o para malinterpretaciones de información.
Tampoco considera casos en los cuales pudieran haberse presentado
exageraciones, o algún tipo de material fáctico y material no fundamentado en
hechos.
Causas del síndrome de alienación
parental
Obviamente, una cuestión de importancia es el por qué
se comportan de esta manera la madre y el niño/la niña. Gardner describe la
psicodinámica y la motivación que llevan a los niños/las niñas y a sus madres a
terminar comprometidos en esta alienación y a hacer falsas alegaciones de
maltrato.
El niño/la
niña. Gardner identifica siete factores psicodinámicos y
uno motivacional que producen sentimientos negativos y acusaciones falsas de
parte del niño/la niña. Los factores psicodinámicos son el mantener el vínculo
psicológico primario, el miedo a alienar al padre preferido, la inducción a
reacción, la identificación con el agresor, la identificación con la persona
idealizada, la liberación de la hostilidad y la rivalidad sexual (Gardner,
1992a, 1992c). El factor motivacional consiste en vergüenza de retractarse
(Gardner, 1992d). Abordaremos brevemente cada uno de estos factores.
Cuando se habla de mantener el vínculo psicológico,
Gardner manifiesta que el vínculo madre-hijo(a) es más fuerte que el
padre-hijo(a). Para asegurar que este vínculo madre-hijo(a) se mantenga el
niño/la niña hace manifestaciones negativas acerca del padre en las que se
incluye, siendo talvez lo más importante, que el padre ha abusado sexualmente
de él/ella. El niño/la niña ve que la madre está contenta con estas expresiones
negativas sobre su ex esposo y comienza entonces a hacer manifestaciones cada
vez más serias.
Al parecer estrechamente relacionado con el anterior
se encuentra el segundo factor: el miedo a alienar al padre preferido. El padre
acusado ya ha abandonado al niño/la niña al haberse ido de la casa
divorciándose. Para evitar que el padre que permaneció lo/la abandone, el
hijo/la hija adoptará una posición de apoyo frente al padre preferido. El
niño/la niña se alía con la madre “en su campaña de venganza y difamación del
padre” (Gardner, 1992c, 128).
El tercer factor psicodinámico que cita Gardner
(1992c) es la inducción a reacción. Su argumento consiste en que el odio por el
padre es, realmente, “un delgado disfraz de un amor profundo” (p. 128). Más
aún, afirma que la descripción del niño/la niña de las actividades sexuales
desagradables con el padre son una inducción a reacción para poder hacer frente
a los deseos de actividad sexual con el padre. Ésta es la forma del niño/la
niña de decir: “No soy yo quien desea que él me viole, es él quien desea
violarme a mí”. Esto alivia su culpa por el deseo de sexo con su padre
(Gardner, 1992c, p. 129).
El cuarto factor es otro mecanismo de defensa; la
identificación con el agresor. El agresor es la madre que ataca al padre. El
niño/la niña “se une a los ganadores, la parte más fuerte” (Gardner, 1992c, p.
129). Gardner no ve al padre como al agresor, ni tampoco como al más fuerte de
los progenitores.
Gardner (1992c) describe el quinto factor
relacionándolo estrechamente con el cuarto. Consiste en la identificación con
la persona idealizada. Como la madre “denigra sobre el padre, está dispuesta a
limpiarse a sí misma” (p. 130). Gardner afirma que se conforma una fusión
psicológica entre la madre y el niño/la niña, contribuyendo a la formación de folie à deux. Así, el niño/la niña y la
madre, ambos, viven un cierto engaño en lo que atañe al trato y a los
comportamientos negativos del padre.
Esta especie de invención puede no sólo involucrar
madre e hijo(a), otros también pueden acabar involucrados. Por ejemplo, si hay
más de un hijo, la invención se convierte en folie à trois o quatre.
Gardner (1992b) también está “convencido de que... en un fenómeno extendido” el
psicoterapeuta de la madre o del niño/la niña se une a esta invención. Gardner
manifiesta que “las madres con síndrome de alienación parental tienen un modo
de hallar terapeutas, casi invariablemente mujeres, que, de manera reflexiva,
se les unen en su campaña para denigrar al padre... [quienes] en algunas
ocasiones se involucran en el sistema de engaños paranoicos de la madre. ”
Además, añade, “algunos de estos terapeutas son, ellos mismos, paranoicos; en
otros casos guardan una hostilidad profundamente arraigada contra los hombres,
una hostilidad tan fuerte que aprovecharían toda oportunidad para dejar salir
su rabia contra ellos” (p. 147).
En sexto lugar para Gardner la etiología del síndrome
de alienación parental se deriva de la liberación de la hostilidad. Su
argumento se basa en que el niño/la niña está enojado(a) por otras razones
diferentes a un comportamiento parental dañino. Entre éstas se encuentran el
abandono por parte del padre, el deterioro de la situación económica como
consecuencia de la terminación del matrimonio; la falta de atención de aquellos
padres que están consumidos por el divorcio; la presencia de nuevas parejas y
el hecho de que los padres no se reconcilian. La rabia derivada de estas
diversas causas se enfoca en el padre y lleva a falsas alegaciones contra él.
El último factor psicodinámico enunciado por Gardner
es la rivalidad sexual. Éste pareciera ser sólo un factor presente en las
hijas. Gardner (1992c) afirma que la hija tiene una “relación seductora y de
concepción romántica con su padre” (p. 131). Cuando el padre desarrolla una
relación con una nueva mujer, la hija dice “Tienes que elegir entre ella y yo”,
saboteando así la relación del padre con su nueva pareja (Gardner, 1992c, p.
131). Según él, algunas madres incitan a sus hijas a hacer este tipo de
manipulaciones porque “sirve para el propósito de sus deseos de venganza”
(Gardner, 1992c, p.131).
Asimismo Gardner (1992c) plantea que los niños y niñas
pueden experimentar vergüenza de retractarse, lo que realmente les impide
rectificar. Gardner enuncia varias motivaciones para retractar la acusación de
abuso sexual, pero “no es en absoluto fácil de contemplar la posibilidad de ser
llamado(a) mentiroso(a) por la horda de individuos que se han aliado al niño/la
niña” (p. 132). Entonces el niño/la niña no se retracta a pesar de la preocupación
por las consecuencias de una falsa inculpación al padre acusado.
El acusador.
Gardner (1992a) manifiesta que las madres se sienten obligadas a alienar a sus
hijos(as) de sus padres durante el divorcio porque por el momento se encuentran
en desventaja para obtener la custodia. Sostiene que esto se debe a que las
decisiones de custodia se basan actualmente en “la presunción del mejor interés
del niño” más que en “la presunción de los primeros años de vida” (pp. 52-54).
Describe la presunción de los primeros años de vida como aquella de que los
niños estarán bajo un mejor cuidado con sus madres, especialmente cuando están
más pequeños. Afirma que actualmente ésta no es una política social vigente.
Una revisión de los estatutos de custodia infantil y
de la información real sobre qué padre obtiene la custodia genera
cuestionamientos acerca de dicha hipótesis. Los criterios del mejor interés
para la custodia infantil consisten en una gama de factores, incluyendo casos
en los que se demuestra que las madres tienden a desempeñarse mejor en ello.
Sin embargo, es más común en los últimos años que los padres busquen obtener la
custodia o tener custodia compartida, en aproximadamente el 85% de los casos
todavía sigue siendo la madre a quien se le concede la custodia (Bogolub,
1997).
En todo caso, Gardner (1992c) plantea la teoría de que
las madres tienen miedo de la posibilidad de que sus maridos puedan ganar la
custodia y por tanto se involucran en “toda una serie de maniobras de
exclusión”. Cuando éstas “no resultan tener éxito” acaban utilizando la “última
arma” y hacen acusaciones de abuso sexual (p. 193). De ahí, según Gardner, que
el cargo de abuso sexual se haga más bien tarde y no en las primeras etapas en
las situaciones del síndrome de alienación parental.
Gardner (1992a) indica que las preocupaciones
expresadas por la madre acerca del comportamiento del padre están basadas en
los siguientes factores notables: deseo de mantener el vínculo psicológico
primario, furia de la mujer despreciada, disparidad económica, inducción a
reacción y proyección. Alega también que las manipulaciones de exclusión pueden
incluso anteceder al rompimiento marital y observa que hay una relación entre
la sobreprotección maternal y el síndrome de alienación parental. Los papeles
de estos factores requieren una explicación más profunda.
En este mismo orden de ideas, el mantenimiento del
vínculo psicológico primario se deriva del “’instinto maternal’ proverbial”.
Cuando una disputa por custodia amenaza este vínculo, la madre recurre a un
programa de “difamación” del padre (Gardner, 1992a, p.121).
La dinámica que Gardner (1992a) denomina la furia de
la mujer despreciada se explica de la siguiente manera: La madre no se puede
desquitar directamente del padre por divorciarse de ella porque éste no se
encuentra allí. Lo hace, entonces, de manera indirecta tratando de privarlo de
“sus más atesoradas posesiones: los hijos/las hijas” (p. 122).
El papel de la disparidad económica hace referencia al
resentimiento de la madre porque no sólo se deteriora su situación económica
con el divorcio, sino que la suya se deteriora más que la del padre. Además,
debido a que ella no puede pagar abogados de mucho poder y muy costosos, como
él, tiene que recurrir a programar al niño/la niña para que odie a su papá con
el fin de asegurar la custodia (Gardner, 1992a, p. 122).
Gardner (1992a) explica la función de inducción a
reacción en dos maneras. Igual que en su papel en los niños y niñas, el odio es
una forma de disfrazar el amor de la ex esposa. Sin embargo, la generación de
reacción también opera en relación con los niños y las niñas. “El amor excesivo
de las madres con frecuencia es una fachada para cubrir su acentuada
hostilidad“ (p. 124).
La proyección se manifiesta a menudo en la alegación
de abuso sexual que Gardner (1992a) describe como “el acompañante común del
síndrome de alienación parental”. Sostiene además que “muchas de estas
acusaciones son concientes y deliberadas”. No obstante, en otras acusaciones,
[...] las fantasías sexuales ocultas y reprimidas de
la madre se proyectan al niño/la niña y al padre. Al visualizar al padre
teniendo una experiencia sexual con el niño/la niña, la madre satisface
indirectamente sus propios deseos de ser la destinataria de esas solicitudes y
actividades. (p. 126)
Más aun, Gardner (1992a) asevera que en algunos casos
las manipulaciones excluyentes preceden al divorcio, incluso a veces aparecen
desde el mismo nacimiento del hijo/la hija. Por ejemplo, la madre limita el
papel del padre en el cuidado del niño/la niña. Este comportamiento de la madre
puede surgir porque está involucrada en una competencia con el padre en la
relación con el hijo/la hija o porque quiera aumentar su autoestima. Otra
opción sería, en este mismo sentido, que ella pueda percibir al padre como un peligro
para el niño debido a sus “propios deseos inconcientes de infligir daño al
bebé” (p. 128).
Gardner (1992a) desarrolla este tema mucho más
profundamente bajo la denominación de sobreprotección. Afirma que existe una
superposición considerable entre la sobreprotección maternal y el desarrollo
del síndrome de alienación paternal. La “madre sobreprotectora es una candidata
de alto riesgo de programación del niño/la niña lo que puede acabar resultando
en el síndrome de alienación parental (p. 131).
Por último, la campaña de la madre contra el padre del
niño/la niña puede ampliarse y abarcar intentos de arruinarlo a él o a su
reputación o de hacer que se le abra un enjuiciamiento de orden criminal. Más
aún, aparte de hacer sus propias falsas declaraciones acerca de su
comportamiento de abuso, “adiestra” a los hijos/las hijas para que también
mientan con respecto a su padre (Gardner, 1992a, p. 193).
Proposiciones que sustentan el
síndrome de alienación parental
Gardner (1991) sostiene que cree que “talvez el 95% o
más” de todas las acusaciones de abuso sexual infantil son ciertas (p. 7). Más
aún, opina que las “acusaciones de abuso sexual que se presentan en situaciones
intrafamiliares tienen una alta probabilidad de ser verídicas. Piensa que el
incesto es probablemente bastante común, en especial en las relaciones padre[o
padrastro]-hija[o hija adoptiva]” (p. 3). Sin embargo, afirma estar convencido
de que la amplia mayoría de las alegaciones en esta categoría [casos de
divorcio con disputas por custodia] es falsa” (p. 4).
Gardner nunca explica de manera directa el motivo de
su convicción. Tampoco, aparentemente, pareciera ver una contradicción entre su
posición frente al incesto en familias intactas y el incesto en las familias en
proceso de divorcio o que están ya divorciadas. Evidentemente Gardner no ha
considerado que un resultado probable del descubrimiento de incesto es la
decisión de la madre de divorciarse del padre infractor.
Aun cuando Gardner expone su opinión en el sentido de
que las acusaciones de abuso sexual en el divorcio no son ciertas y explica la
manera en que cree que se originan las falsas alegaciones, el lector puede
tener aún preguntas al respecto. Se podrá estar preguntando cómo puede generar
un relato detallado de abuso sexual un niño/una niña que no ha sido
victimizado(a) sexualmente. Además, las explicaciones de Gardner pueden dejar
al lector asombrado en cuanto a por qué un niño/una niña haría algo tan
desmedido contra su padre. Finalmente, algunos lectores podrían albergar cierto
escepticismo respecto a que tantas madres estén tan perturbadas y sean tan
vengativas e insensibles respecto a las necesidades de sus hijos/hijas.
La comprensión de las perspectivas de Gardner acerca
de la sexualidad y la naturaleza humanas de una manera más general podría
ayudar al lector a entender el por qué sostiene sus concepciones. De nuevo, el
centro está puesto sobre niños y niñas y adultos que hacen acusaciones de abuso
sexual; el centro no es el acusado.
El niño/La
niña. Gardner hace una serie de afirmaciones acerca de los
niños y las niñas en general que considera explican las falsas acusaciones de
abuso sexual hechas por éstos(as). Dichas características no son específicas de
niños/niñas que presentan el síndrome de alienación parental.
Primero; los niños y niñas son “polimórficamente
perversos” (Gardner, 1991, pp. 9-13; citado literalmente en Gardner 1992c, pp.
121-125). Manifiesta que “niños y niñas muestran casi todas las clases de
comportamientos sexuales imaginables: heterosexual, homosexuales, bisexual y
autosexual”. En su opinión, “el niño/la niña normal experimenta y muestra una
amplia variedad de fantasías y comportamientos sexuales” (Gardner. 1991, p. 12;
Gardner, 1992c, p. 124). Volviendo a citar a Gardner (1992c) “Una niña de
cuatro años de edad, por ejemplo, puede abrigar, dentro de su conjunto de
fantasías polimórficamente perversas, pensamientos de cierta clase de
encuentros sexualizados con su padre” (p. 125). De ahí que, al explicar de qué
manera los niños/las niñas hacen falsas acusaciones, Gardner considere los
comportamientos y las afirmaciones sexuales, vistas como señales de posible
abuso sexual por la mayoría de los profesionales que trabajan este tema (ver
Faller, 1994, Friedrich, 1990), como características de niños y niñas normales
y por tanto no abusados(as)”[2].
Gardner (1992c) agrega que cuando los niños son
sorprendidos en comportamientos sexualizados interiormente generados por sus
propios deseos y conocimientos, pueden acabar inculpando a otros: “Papi me hizo
hacerlo” (p. 126). Adicionalmente, si su reacción inicial de inculpar a un
hermano no atrae la atención y apoyo deseados, podrían implicar entonces a un
adulto (p. 126).
No obstante, Gardner (1991) no cree que la sexualidad
infantil sea completamente auto-generada, puede darse también por estar
expuestos(as) a programas, libros y cintas sobre prevención de abuso sexual.
Para él éstos enseñan a los niños y niñas acerca de contactos buenos y malos.
Según Gardner la confrontación con dichos conceptos lleva a fantasías acerca de
tocar. Por ello, el material de prevención del abuso sexual puede causar una
falsa alegación de abuso sexual.
Gardner (1991) considera que también la exposición a
la sexualidad que satura los medios de comunicación juega un papel en este
tema. Hace referencia a la “profanidad” y el “vulgarismo” presentes en MTV, en
películas catalogadas como R (para mayores de edad) y en la música rock (p.
19). A pesar de que el conocimiento de la profanidad no es el mismo que el
sexual, las películas de clasificación X y los videos caseros pornográficos que
también menciona sí contienen actos sexuales (p. 20).
Aparte de ser polimórficamente perversos(as) y de
estar influenciados por material sexual, los niños y las niñas también son
“malos”, según Gardner. Por ejemplo, escribe, “Lo sorprendente es el grado de
sadismo que muchos de estos niños y niñas pueden mostrar. En muchos de esos
casos me ha sorprendido lo que considero la crueldad innata de esos niños(as)”
(Gardner, 1992c, pp. 119-120). Se refiere aquí a niños y niñas que manifiestan
haber sufrido abuso sexual.
Los acusadores.
Gardner (1991) no sólo piensa que los niños son polimórficamente perversos,
sino también los adultos (p. 25). Cree que “todos nosotros tenemos cierta
pedofilia dentro de nosotros” (p. 26).
Cada vez que los acusadores hacen una acusación es muy
probable que estén creando una imagen visual interior del encuentro sexual. Con
cada repetición mental los acusadores complacen el deseo involucrándose en
actividades en las que los perpetradores están inmersos en la imaginación
visual. (p. 25)
Más aún, algunas personas están más afectadas por la
pedofilia que otras y por ello necesitan ser más complacientes con un mayor
número de fantasías de actos sexuales con niños(as). Estas personas son más
propensas a inventar “casos de falso abuso sexual” (Gardner, 1991, p. 26).
Tales dinámicas se ajustan no solo a las madres que hacen cargos de abuso
sexual contra sus ex esposos, sino también a otras personas. Por ejemplo, esto
es lo que ocasiona que los padres expresen la creencia de que sus hijos/hijas
han sufrido abuso sexual cuando son cuidados en el día. Gardner (1991) afirma
que “la vasta mayoría de las acusaciones” contra los cuidadores en la atención
diaria son falsas pero que el “abuso sexual infantil es un fenómeno común en
los colegios internados, orfanatos y otras instituciones en las que los niños
conviven con adultos” (p. 4). Igual que en sus posiciones acerca de diversas
manifestaciones de incesto padre-hijo(a), existe un grado de contradicción en
este punto que Gardner no parece reconocer.
El problema de las falsas acusaciones motivadas por la
generación de gratificación infantil y por medio de terceras partes no está
limitado a los padres. Gardner cree que estas dinámicas también operan entre
profesionales que están involucrados en la investigación, el tratamiento y el
litigio de casos de abuso sexual, a quienes llama “validadores”, lo que para él
constituye un término peyorativo. Además de satisfacer sus necesidades sexuales
haciendo falsas alegaciones de abuso sexual, también están motivadas por la
codicia. En este orden de ideas ellos ganan dinero al probar y tratar casos de
abuso sexual[3]. Según Gardner (1991,
1992c) estas personas tienen una educación y una formación pobres. Para él, su
incompetencia y el uso de técnicas defectuosas y deficientes llevan a que
cientos de niños y niñas aleguen falsamente o afirmen victimización sexual.
Estrategias para establecer la
presencia del síndrome de alienación parental
Aun cuando no es el enfoque primordial de este
artículo, dos metodologías propuestas por Gardner para evaluar las acusaciones
de abuso sexual que son utilizadas usualmente para probar la existencia del
síndrome de alienación parental serán objeto de una breve discusión.
Escala de
Legitimidad del Abuso Sexual (Sexual Abuse Legitimacy Scale, SALS, sus
iniciales en inglés). La SALS ha sido utilizada por Gardner y otros que
están de acuerdo con sus propuestas, en conjunción con el síndrome de
alienación parental. De hecho, para Gardner (1992c) la presencia de una disputa
por custodia y la del síndrome de alienación parental son dos factores en la
SALS que indican una alta probabilidad de que la acusación de abuso sexual sea
falsa.
A pesar de que Gardner (1992c) manifiesta que la SALS
es extensamente aplicable, el hecho de que los 84 factores incluidos en ella se
refieren al niño/la niña, la madre (acusadora) y al padre (acusado de abuso
sexual) indican que su foco primario está centrado en el incesto padre-hijo(a).
Más aún, los factores relacionados con la madre, como “la utilización de
manipulaciones excluyentes” (p. 191), “programación directa del niño/la niña en
los terrenos del abuso sexual” (p. 193), “la contratación de los servicios de
un(a) abogado(a) o de un profesional ‘armados por contrato’” (p. 196), un
“historial de intentos por destruir, humillar o infligir venganza contra el
acusado” (p. 199) y “paranoia constituyen parte integral de la definición de
Gardner del síndrome de alienación parental. Un examen más profundo de los 84
factores en la SALS muestran que su función primordial es diagnosticar el
síndrome de alienación parental.
Cuando Gardner publicó por primera vez la SALS los
factores se discriminaban en (a) criterios de bastante diferenciación, (b)
criterios de moderada utilidad y (c) criterios de diferenciación de utilidad
baja pero potencialmente mayor. La SALS fue publicada como un instrumento
separado y contenía valores numéricos asignados a cada factor. Un registro alto
indicaba el aumento de probabilidad de abuso sexual. Gardner pedía a los
usuarios de esta herramienta que fueran conservadores cuando se tratara de
atribuir puntos indicativos de abuso sexual y afirmaba que un registro del 50%
del máximo “permite una alta inferencia de la existencia de abuso sexual”. Unos
resultados del 10% del máximo, según Gardner, significan que la acusación es
falsa (Gardner, 1987, 1989).
Debido a que la SALS no ha sido validada y a que, de
hecho, no ha sido objeto de ningún tipo de investigación, también porque se ha
basado en las presunciones de Gardner en cuanto a que los procesos de divorcio
y su lenguaje carecen de neutralidad, ha sido objeto de críticas considerables
(por ejemplo, Berliner y Conte, 1993; Faller, Olafson y Corwin, 1993).
Finalmente Gardner (1992c) acabó rechazando las cifras pero no los factores
(pp. xxxiv-xxxv). La SALS, como publicación aparte, ya no se encuentra listada
en el catálogo de Creative Terapeutics, la empresa impresora de Gardner. Su
última reproducción, que aparece en True
and False Accusations of Child Sex Abuse (1992c) [Verdaderas y falsas acusaciones de abuso sexual infantil], no es
una escala numérica. Más bien se trata de un listado de 84 factores, 30
referentes al niño/la niña, 30, a la madre y 24, al padre[4].
Protocolos de
evaluación de abuso sexual. El libro de Gardner de 1995, titulado Protocols for Sex-Abuse Evaluation
[Protocolos para la evaluación del abuso sexual], es una extensión de la SALS,
aunque el término Sexual Abuse Legitimacy
Scale no aparece en el libro. De esta manera, a los protocolos del alegado(a)
niño(a) víctima, el acusado padre –el hombre- (usualmente el padre) y el padre
acusador (habitualmente la madre) en los casos intrafamiliares, añade tres
nuevos protocolos: el padre acusado –la mujer-, el padre acusador (usualmente
la madre) en casos extrafamiliares, y la víctima/acusadora tardía femenina
adulta (también conocida como el adulto sobreviviente de abuso sexual).
El libro de Gardner (1995) también representa un
cambio; se pasó de atribuir las falsas alegaciones a la perversidad polimórfica
del niño/la niña y de otros, a culpar a (a) la histeria por el abuso sexual
(pp. 26-28; retomada literalmente en las pp. 332-336 y (b) “los interrogatorios
y la ‘terapia’” (p. 29). De acuerdo a ello, los interrogatorios problemáticos y
la “terapia” resultan convirtiéndose en un “trauma de proceso legal/’terapia’”.
Dicho trauma es instigado por “uno o más de los siguientes actores: policía,
detectives, fiscales, trabajadores sociales, ‘validadores’, defensores de
menores, psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales [sic], ‘terapeutas’
(frecuentemente con su estilo propio y sin licencia), abogados, cuidadores
at-litem [sic]*, jueces y,
lamentablemente, padres” (p. 29). Gardner ha desarrollado una serie de lapsos
de tiempo más bien complejos que han de implementarse al diferenciar si los
síntomas del niño/la niña se derivan de abuso o de “proceso legal/’terapia’”.
Tales lapsos le son mostrados al niño/la niña para que determine cuándo
comenzaron sus síntomas.
A pesar de de la sustitución del término Protocolos de evaluación del abuso sexual
por SALS, de la ampliación del número de actores involucrados y del modesto
cambio a simplemente “culpa”, legalmente todos los factores SALS están
comprendidos en los Protocolos y el síndrome de alienación parental figura de
manera prominente en éstos como una señal de que la acusación de abuso sexual
es falsa (Gardner, 1995, pp. 316-317). De los 30 factores relativos a la madre
acusadora en la SALS 28 se encuentran en los 32 factores correspondientes a la
madre acusadora en los casos intrafamiliares de los Protocolos (Gardner, 1995,
pp. 265-328). De manera similar, todos los 24 “indicadores de pedofilia en el
hombre” (el padre acusado) se encuentran en el mismo orden y están expresados
idénticamente en el capítulo “Evaluation of the Accused Male” [Evaluación del
hombre acusado] en el libro de Gardner de 1995. Se añaden dos; “utilización de
seductividad” [sic] y “víctimas numerosas” (Gardner, 1995, pp. 193-233). Por
último, 29 de los 30 factores concernientes a la alegada víctima infantil están
presentes en los Protocolos, pero hay 33 factores adicionales, que suman un
total de 62. Los factores adicionales son principalmente técnicas para
entrevistar niños y niñas, igual que el uso del juego de muñecas y los dibujos,
así como los síntomas de trauma, como la disociación y la preocupación por el
trauma (Gardner, 1995, pp. 56-157).
Gardner (1995) proporciona tanto preguntas para
evaluar cada uno de estos factores como una guía acerca del significado de los
resultados en cuanto a la veracidad o la falsedad de la alegación. Cada factor
se califica con V (verdadero), F (falso) o E (equívoco, si el evaluador no
puede hacer una determinación).
RESULTADOS DE LAS INVESTIGACIONES
Gardner no suministra ninguna clase de resultados de
investigaciones para probar sus afirmaciones sobre las características y las
dinámicas propuestas del síndrome de alienación parental. Cuando Gardner da
porcentajes, como que el 90% de los falsos acusadores son mujeres, y hace
aseveraciones, como que la amplia mayoría de las alegaciones de abuso sexual
durante el divorcio son falsas, no presenta estadísticas o referencias a
literatura profesional para sustentar tales enunciaciones. Antes bien,
manifiesta estar convencido de que un resultado particular es un fenómeno
extendido. Hace esta afirmación, por ejemplo, al referirse a su creencia de que
las terapeutas, que u odian a los hombres o son paranoicas, hacen parte de la folie à trois con las madres y
contribuyen en su campaña de difamación y venganza contra los padres (Gardner,
1992a, p. 147).
Es importante observar una consecuencia del hecho de
que Gardner publica la amplia mayoría de sus trabajos él mismo. Su propia
editorial, Creative Therapeutics, sólo publica su material y ninguna obra de
otros escritores. Estas selecciones están basadas en aproximadamente 100 de sus
cátedras, libros, manuales, juegos, videos y cintas de audio (Gardner, 1996).
Esto significa que su trabajo no tiene que estar sometido a los estándares de
la revisión de sus colegas. De ahí que sus ideas no sean evaluadas por otros
conocedores del campo antes de aparecer impresas.
Más aún, Gardner pareciera tener muy poca estima por
la investigación en este campo. En Sex
Abuse Hysteria: The Salem Witch Trials Revisited (1991) [La histeria del
abuso sexual: De nuevo los juicios de las brujas de Sálem] dice “El término
‘prueba científica’ no es aplicable en la mayoría de los casos discutidos
aquí”; y a continuación se refiere a la práctica acostumbrada y aceptada de
citar la sustentación de opiniones profesionales en la literatura existente
como “apuntalamiento ostentoso” (p. 2).
Sin embargo, existe un conjunto de investigaciones
relevante para algunas de las teorías de Gardner. Los resultados de
investigaciones que son relevantes para el tema de las falsas alegaciones de
abuso sexual en procesos de divorcio, la perversidad polimórfica de niños y
niñas, el papel de los programas preventivos y los estímulos sexuales del medio
ambiente y la perversidad polimórfica de adultos se tratarán en la siguiente
sección.
Resultados en investigaciones
relevantes para el síndrome de alienación parental
Hay todo un conjunto de literatura sobre falsas
acusaciones de abuso sexual en procesos de divorcio (Para una revisión crítica
de estos estudios ver Faller et. al., 1993). Es sorprendente que ninguno de
estos trabajos esté referenciado en el libro de Gardner (1992a) The Parental Alienation Syndrome, aunque
la mayoría de tales estudios preceden a su publicación. De hecho, este libro de
casi 350 páginas tiene tan solo 60 referencias, 18 de las cuales aluden a sus
propios escritos. Gardner publicó su primer libro sobre el síndrome de
alienación parental en 1987 y pareciera que incorporó o consideró muy poco de
los trabajos realizados desde entonces en su libro de 1992, también sobre dicho
tema. Éste solamente contiene cuatro referencias posteriores a 1987, aparte de
las correspondientes a sus propias obras: una es un artículo de periódico, la
segunda, una comunicación personal, la tercera consiste en una definición de un
diccionario y la cuarta es un artículo publicado en Accusations of Child Abuse [Acusaciones de abuso infantil], una
revista sin aval profesional publicada por Ralph Underwager. Su libro de 1995
está mejor referenciado pero ignora un vasto conjunto de investigaciones
recientes sobre la memoria y la sugestibilidad infantiles, sobre recuerdos
reprimidos y sobre abuso sexual infantil en un marco más general.
La investigación acerca de falsas acusaciones de abuso
sexual en procesos de divorcio contiene resultados concernientes a las
siguientes afirmaciones de Gardner: que el 90% de los casos de disputa por
custodia muestran la presencia del síndrome de alienación parental; que la
amplia mayoría de las alegaciones en divorcio son falsas, así como que el 90% de
las acusaciones son hechas por madres y que dichas acusaciones son hechas por
difamación (Faller et al., 1993).
Al revisar esta investigación es importante prestar
atención a los siguientes temas: (a) tamaño de la muestra, (b) sesgo de la
muestra y (c) cómo se determina una falsa acusación (Faller et al., 1993).
Muchos estudios contemplan pocos casos y/o vienen de las prácticas de aquellos
que hacen informes sobre éstos, lo que produce sesgos: Benedek y Schetky
(1985): 18 casos; Green (1986): 11 casos; Kaplan y Kaplan (1981): 1 caso y
Schuman (1986): 7 casos. Además, las definiciones de falsas alegaciones en
estos casos se derivan de opiniones de los mismos clínicos que los conducían.
Debido a tales limitaciones se debe dar menos peso a estos estudios que a
aquéllos con un mayor número de casos, menos sesgo y con definiciones
consensuadas de acusaciones verdaderas o falsas.
El síndrome de
alienación parental –y las alegaciones acompañantes de abuso- es muy común en
las disputas por custodia. Gardner (1992a) dice que “la frecuencia de falsas
acusaciones [de abuso sexual] es considerablemente alta” cuando está presente
el síndrome de alienación parental (p. 126). Como ya se anotó anteriormente,
Gardner encuentra el síndrome de alienación parental presente en el 90% de las
disputas por custodia.
Thoennes y Tjaden (1990) y Thoennes, Pearson y Tjaden
(1988) examinaron 9.000 casos de cortes de relaciones de familia relacionadas
con disputas por custodia o por visitas. Estos casos son de 12 jurisdicciones
en los Estados Unidos. De estos 9.000 casos, el 1,9% (169 casos) contenían
acusaciones de abuso sexual. Obviamente ésta es una muestra mucho más
representativa de casos de disputa por custodia que aquellas que ve Gardner en
su consulta privada. A pesar de que esta investigación no habla directamente de
la presencia del síndrome de alienación parental, el tan bajo número de
disputas por custodia que comprenden acusaciones de abuso sexual (la mitad de
las cuales fueron falladas como tales) sin duda minan la aserción de Gardner
(1991) de una extendida presencia de falsas alegaciones de abuso sexual como
parte del síndrome de alienación parental.
La amplia
mayoría de las acusaciones de abuso sexual en pleitos de divorcio son falsas.
Ninguna de las investigaciones sustenta la opinión de Gardner (1991, 1992c) de
que la amplia mayoría de las acusaciones en procesos de divorcio es falsa. El
estudio que más se acerca es el de Benedek y Schetky (1985) que comprendía 18
casos, 10 de los cuales fueron considerados por ellos como falsos. No obstante,
la muestra no sólo es más bien pequeña, sino que cuatro de los casos no
involucraban disputas por custodia relacionados con divorcio. Adicionalmente,
Benedek manifestó que debido a que con frecuencia ella sirve de testigo perito
en esos casos y a que no quiere apoyar perpetradores reales, revisa el material
de los casos antes de aceptar ser la experta y rechaza el caso si considera que
la acusación es falsa (ver Morgan vs. Foretich, Foretich & Foretich, 1987).
Esta práctica selecciona acusaciones de abuso sexual verdaderas; por tanto, los
resultados de este estudio no pueden ser representativos de las proporciones
reales de acusaciones verdaderas o falsas en procesos de divorcio. Otros
estudios establecen una tasa de falsas acusaciones de cerca de un tercio o
menos (Faller, 1991, Faller & DeVoe, 1995; Green, 1986; Jones y Seig, 1988;
Paradise, Rostain y Nathanson, 1988; Thoennes y Tjaden, 1990).
Dos estudios con muestras grandes, el de Thoennes y
Tjaden (1990) y el de Faller y DeVoe (1995), ilustran el impacto de la
definición de falsas acusaciones en los resultados. Utilizando como medida de
la veracidad de la alegación la disposición de servicios de protección infantil
y/o la opinión de un evaluador asignado por la corte, Thoennes y Tjaden (1990)
establecieron que en un tercio de los casos era improbable, en la mitad,
probable y en el restante, incierta.
Faller y DeVoe (1995) investigaron 215 acusaciones de
abuso sexual observadas en una clínica multidisciplinaria de naturaleza
universitaria. La determinación de este equipo de expertos se utilizó para
definir la probabilidad de la acusación. Un porcentaje alto mostró ser
probable, el 72,6%, el 20% se consideró improbable y el 7,4%, incierto. Estas
cifras son similares a las de Jones y Seig (1988), que tenían una muestra
menor, 20 casos, pero que implementaron un procedimiento multidisciplinario
similar para la toma de decisiones. En su estudio se estableció que el 70% era
probable, el 20%, improbable y el 10%, incierto.
Se podría también sostener que los equipos
multidisciplinarios tienen la oportunidad de evaluar las acusaciones de abuso
sexual de una manera más profunda que los expertos en protección infantil, que
tienen altas cargas de casos, o que los expertos asignados por las cortes, que
pueden estar valorando una variedad de cuestiones. Adicionalmente, los equipos
multidisciplinarios tienen las ventajas de que “dos o más cabezas son mejores
que una sola” y de que cuentan con una mayor experticia que tanto los empleados
de los servicios de protección infantil, con su alta tasa de rotación de
personal, como los expertos de las cortes, cuyas competencias están más en el
campo de las decisiones de custodia y/o visitas que en abuso sexual. Por tanto, las altas tasas de casos probables
establecidos por Falleer y DeVoe (1995) y por Jones y Seig (1988) pueden ser
más precisas que las arrojadas por el estudio de Thoennes y Tjaden (1990), cuya
muestra fue mucho más representativa. De ser así, entonces las afirmaciones de
Gardner (1991) en cuanto a que la gran mayoría de estas acusaciones eran falsas
son mucho menos congruentes con los resultados de las investigaciones.
De las falsas
alegaciones en procesos de divorcio, el 90% son hechas por madres contra padres. La mayoría de los estudios evalúa más a quién
se acusa que al que hace la acusación. También observan los casos que han sido
fallados como verdaderos, de igual forma que a los que han resultado ser
falsos. Un estudio que sí observó el papel del acusador fue el de Benedek y
Schetky (1985). En su informe mostraron que en 9 de los 10 casos que
consideraban de falsa alegación, la madre era quien había hecho la acusación.
Sin embargo, como ya se dijo arriba, su muestra era pequeña por lo que no se
pueden deducir generalizaciones de dicho estudio. La investigación de Thoennes
y Tjaden (1990) arrojó que el 67% de las 169 alegaciones estudiadas fueron
hechas por madres y que el 28%, por padres. Menos de la mitad de los casos eran
alegaciones de madres contra padres. Cuando los investigadores examinaron la
proporción de los informes de las madres que resultaron improbables,
descubrieron que era el 33%, el mismo porcentaje de toda la muestra (Thoennes
et al., 1988, p. 7 de las tablas).
Obviamente, el género de los demandantes y de los
alegados infractores tiene que ser interpretado a la luz del conocimiento
actual del género del agresor. La gran mayoría de los abusadores sexuales son
hombres.
Las madres se
inventan concientemente falsas alegaciones o están desvariando.
Aun cuando los investigadores puedan concluir que una acusación de abuso sexual
no es cierta, muy pocos han examinado la etiología de las falsas alegaciones.
Benedek y Schetky (1985) dieron diagnósticos psiquiátricos, usualmente
paranoia, a los adultos que consideraron que habían hecho falsas acusaciones.
También presentaron observaciones acerca de las motivaciones del acusado. En
sus reportes esgrimieron las siguientes tres motivaciones: deseo de sacar a sus
ex esposos de sus vidas, deseo de difamación, y “gritar que el lobo llegó”. No
obstante, estas dos diferentes etiologías no están integradas en el artículo y
la serie de motivaciones parece más impresionista que científica.
Thoennes y Tjaden (1990) examinaron las historias en
sus casos para verificar si los profesionales que producían las opiniones daban
una explicación de sus etiologías. Había información relevante en 58 de los 169
casos. Establecieron 8 casos en los cuales los problemas psicológicos del
acusador causaron la acusación. No indican quién llevó a cabo estos informes.
En la muestra de Faller y DeVoe (1995) de 215 casos, 10 parecen ser falsas
alegaciones calculadas. De éstas, seis fueron hechas por hombres. Sin embargo,
un solo hombre había hecho cuatro del total de las acusaciones.
De nuevo, los resultados de las investigaciones de
muestreo grande, con metodología definida no sustentan la aseveración de
Gardner de que un gran número de madres (u otros) en proceso de divorcio hacen
falsas alegaciones bien sea por planificación o porque están mentalmente
enfermas.
Resultados de investigaciones
relevantes en cuanto a la perversidad polimórfica infantil
Gardner (1992c) basa sus aseveraciones de que los
niños y niñas son polimórficamente perversos(as) y capaces de generar fantasías
sexuales sin haber tenido experiencias de este tipo, en la teoría freudiana de
la sexualidad infantil. Afirma que está de acuerdo con Freud en cuanto a que
niños y niñas tienen fantasías, pero no piensa que las fantasías sólo
involucran el coito. Según su concepción, especialmente cuando los niños y las
niñas más pequeños las tienen, sus deseos pueden implicar el tocarse varias
partes del cuerpo con otras partes (p. 125). Las afirmaciones de Gardner acerca
de la perversidad polimórfica infantil se considerará desde tres perspectivas:
la evolución de y las consideraciones contemporáneas sobre la teoría de Freud
de la sexualidad infantil, la investigación sobre el comportamiento sexualizado
infantil y los criterios utilizados para sustentar establecimiento de abuso
sexual.
La teoría de
Freud sobre la sexualidad infantil. Una consideración de la
evolución de la teoría freudiana y las visiones actuales acerca de ella son
ilustrativas al determinar la validez de esta explicación del comportamiento
sexualizado y del conocimiento sexual. Como Freud psicoanalizaba mujeres
jóvenes con histeria, estableció que estaban relacionadas con historias de
victimización sexual en la infancia. Concluyó que la etiología de la histeria
era una experiencia de abuso sexual en la infancia. Fue severamente criticado
por sus colegas y finalmente modificó su teoría. No está claro hasta qué punto
su incapacidad de creer que el incesto podía estar tan extendido y/o las
preocupaciones acerca del incesto en su propia familia habrán llevado a este
cambio de idea (Masson, 1987). No obstante, se retractó de su antigua creencia
en el papel crucial de la victimización sexual. Decidió entonces que no era
incesto verdadero sino fantasías o deseos incestuosos que le contaban sus
pacientes mujeres. Por ello lo que Freud inicialmente consideraba un fenómeno
derivado de los comportamientos de los adultos devino en la consecuencia de los
pensamientos de los niños y las niñas.
Recientes avances en el conocimiento acerca de la
prevalencia del abuso sexual y su impacto han llevado a los profesionales a
reconsiderar las teorías de Freud. Se estima que 1 de cada 3 o 4 mujeres, y 1
de cada 6 a 10 hombres han sufrido de abuso sexual durante su infancia (Faller,
1990). Una visión mucho más ampliamente sostenida que la propuesta por Gardner
es que Freud tenía razón en su primera instancia y que se equivocó en sus
revisiones (por ejemplo, Faller, 1988a; Hermann, 1979; Masson, 1987; Miller,
1984; Rush, 1977; Ward, 1985).
Investigaciones
sobre conocimiento sexual de niños y niñas y comportamiento sexualizado.
En muchos de sus escritos (por ejemplo, sus libros de 1991 y de 1992) Gardner
indica que las expresiones y los comportamientos sexuales en niños y niñas no
constituyen indicios de victimización sexual. Por ejemplo, argumenta, “cada
niño(a) es propenso a tener una lista ‘favorita’ de actividades sexuales que le
producen interés y placer” (Gardner, 1991, p. 12). Afirma más aún que las
personas que consideran que expresiones que indican pensamientos o conocimiento
sexuales y comportamiento sexualizado “prueban” que los niños han sido abusados
sexualmente, han causado enormes daños a muchos individuos realmente inocentes,
incluso hasta llevarlos a largas sentencias de prisión” (Gardner, 1991, p. 13).
En su libro de 1995, su posición cambió en cierto modo. Dice que en falsas
alegaciones el niño incorpora fantasías de actividades sexuales que son
absurdas o que carecen de sentido (para el agresor) y para ilustrar cita que si
un niño/una niña que alega que el agresor puso su pene en su boca sin moverlo
ello presenta la muestra de una falsa alegación (p. 61)[5].
Una opinión de que el conocimiento sexual avanzado y
el comportamiento sexual explícito pueden ser autogenerados no tiene soporte en
ningún resultado de las investigaciones. No todos los niños y niñas víctimas de
abuso sexual muestran comportamiento sexualizado ni manifiestan un conocimiento
sexual avanzado. Además, los niños y las niñas pueden aprender acerca del sexo
de fuentes diferentes a la victimización sexual, un resultado que se discutirá
más adelante. Sin embargo, el comportamiento sexualizado es la marca más
factible para diferenciar a niños(as) abusados(as) de no abusados(as)
(Friedrich, 1994). Por ejemplo, Waterman y Lusk (1993) documentan sobre 11
estudios en los cuales se utilizó la Lista de Verificación del Comportamiento
Infantil de Achenbach (CBCL, por sus siglas en inglés) para comparar niños y
niñas que revelaban abuso sexual y niños sin esta historia. Los niños y niñas
sexualmente abusados presentaban registros significativamente más altos en la
subescala de Problemas sexuales de la CBCL que aquellos que no habían sufrido
de abuso.
Friedrich, de la Clínica Mayo, es el investigador que
con mayor profundidad ha explorado el tema del comportamiento sexualizado. A lo
largo de un lapso de años ha desarrollado una medida estandarizada, el
Inventario de Comportamiento Sexual Infantil (CSBI, por sus siglas en inglés)
que de manera confiable diferencia niños y niñas, entre 2 y 12 años, con una
historia de abuso sexual, de niños y niñas sin historia de abuso sexual
(Friedrich, 1990, 1993, 1994). Friedrich y sus colegas han dirigido un número
de estudios comparando los resultados de CSBI para niños y niñas con una
historia de abuso sexual y aquellos y aquellas que no la tienen con niños y
niñas de diversos sitios en los Estados Unidos. El instrumento continúa siendo
afinado (Friedrich et al., 1996a, 1996b).
Los siguientes datos son ilustrativos de los
resultados referentes a las bajas tasas de comportamiento sexualizado en niños
y niñas sin una historia de abuso sexual: Los cuidadores reportaron que menos
del 1% de los niños y niñas ponía sus bocas en las partes sexuales de otros y
la tasa equivale a cero en niños y niñas entre los 7 y los 12. De manera
similar, menos del 1% de los niños y niñas no abusados pidió a otros que se
involucraran en actos sexuales (Friedrich, Grambsch, Broughton, Kuiper y
Beilke, 1991; Friedrich et al., 1996b). Contrario a ello, una minoría
trascendental de niños y niñas con historia de abuso sexual se involucran en
este tipo de comportamientos.
Estudios realizados con muñecos anatómicos
(desaprobados por Gardner, ver Gardner, 1995, p. 158) también sustentan la
importancia del comportamiento sexualizado como una característica de los niños
y niñas abusados sexualmente. Estos estudios son de dos tipos: aquellos que
evalúan la reacción de los niños y niñas que no han sufrido abuso sexual frente
a los muñecos anatómicos (Boat y Everson, 1994; Everson y Boat, 1990; Sivan,
Schor, Koeppl y Nobel, 1988) y aquellos que comparan las respuestas a los muñecos
por parte de niños y niñas con una historia de abuso sexual frente a niños y
niñas que no lo han sufrido (August y Foreman, 1989; Cohen, 1991; Jampole y
Webber, 1987; White, Strom Santilli y Halpin, 1986). Los estudios hechos a
niños y niñas no abusados por lo general indican que los muñecos anatómicos no
generan comportamientos sexuales explícitos en niños y niñas sexualmente
ingenuos, pero que, como se expondrá más adelante, sí sirven de estímulo a
niños y niñas que tienen conocimiento sexual. Los estudios comparativos de
niños y niñas abusados(as) frente a los no abusados(as) muestran por lo general
que los abusados(as) tienden más a presentar comportamiento sexual explícito
con los muñecos anatómicos que los no abusados(as). No obstante, no todos los
niños y niñas que han sufrido abuso sexual lo hacen y en algunas
investigaciones un número reducido de niños y niñas sin diagnóstico de abuso
sexual mostraron comportamiento sexual con los muñecos (Cohen, 1991; Jampole y
Webber, 1987).
Criterios para
fundamentar la presencia de abuso sexual. Un número de
investigadores y clínicos que trabajan en el campo del abuso sexual han
desarrollado o han estudiado estrategias para determinar si un niño/una niña ha
sido abusado(a) sexualmente (Conte, Sorenson, Fogarty y Dalla Rosa, 1991;
Faller, 1988b; Jones y McGraw, 1987; Raskin y Esplin, 1991). Faller (1994)
revisó once de estos trabajos discriminando las cosas en común y las diferentes
entre los criterios presentados por los distintos autores para la toma de decisiones.
De destacar en ello es que todos once incluyen la descripción de abuso sexual
que hace el niño/la niña como un indicador positivo de abuso sexual (Benedek y
Schetky, 1987; Conte et al., 1991; Corwin, 1988; De Young, 1986; Faller, 1988b;
Heimann, 1992; Jones y McGraw, 1987; Klajner-Diamond, Wehspann y Steinhause,
1987; Raskin y Esplin, 1991, Sgroi, 1982; Sink, 1988). Además, ocho incluyen
detalles acerca del abuso sexual (De Young, 1986; Faller, 1988b; Heimann, 1992;
Jones y McGraw, 1987; Klajner-Diamond, Wehrspann y Steinhauer, 1987; Raskin y
Esplin, 1991; Sgroi, 1982; Sink, 1988); también ocho de éstos contemplan
conocimiento sexual avanzado (Benedek y Schetky, 1987; Conte et al., 1991;
Corwin, 1988; Faller, q988b; Heiman, 1992; Jones y McGraw, 1987; Raskin y
esplin, 1991; Sgroi, 1982) y por último, cinco contienen comportamiento
sexualizado como lo informan otros (Conte et al., 1991; Corwin, 1988; Heiman,
1992; Jones y McGraw, 1987; Klajner-Diamond er al., 1987; Sgroi, 1982) como
indicadores de victimización sexual.
De ahí que pareciera que los expertos en abuso sexual
no están de acuerdo con la aserción de Gardner (1991) de que las
manifestaciones sexuales y el comportamiento sexualizado son características de
niños y niñas no abusados y que pueden ser generados espontáneamente por las
fantasías sexuales.
Resultados de investigaciones
relacionadas con falsas alegaciones, programas preventivos y la “ubicuidad de
estímulos sexuales ambientales” (Gardner, 1991, pp. 19-20)
Como se anotaba anteriormente, Gardner cree que los
programas de prevención contra el abuso sexual y el material sexual en los
medios de comunicación pueden originar falsas alegaciones de abuso sexual. Como
con otras aseveraciones tampoco aquí presenta documentación correspondiente. Más
bien, Gardner hace la conjetura de que el impacto de los programas de
prevención consiste en que generan fantasías de tocarse las partes privadas y,
posteriormente, acusaciones por parte de los receptores de dichos programas que
hacen los adultos con ellos. Otros que han manifestado preocupación acerca de
los programas de prevención han visto el riesgo de una manera un tanto
distinta. Estos últimos se preocupan de que los niños y niñas asuman que toda
forma de tocarse los genitales es “un tocarse indebido” y que vayan a asumir
equivocadamente que el contacto que se da como parte del cuidado infantil o el
cuidado médico es abuso sexual. Con el fin de evitar esto muchos programas
preventivos señalan tales excepciones.
Hasta el momento las evaluaciones de los programas
preventivos de abuso sexual no muestran que éstos sean fuente de falsas
alegaciones de abuso sexual (Kolko, 1988; Wurtele y Miller-Perrin, 1992). Sin
embargo, dichos programas podrían generar revelaciones de lo que acaba
definiéndose como casos reales de abuso sexual (Hazzard, Webb, Kleemeier,
Angert y Pohl, 1991; Plummer, 1986; Wurtele y Miller-Perrin, 1992).
Gardner tiene razón en cuanto a que hay mucho más
material sexual en los medios de comunicación del que había en el pasado,
también existen hoy más clases de medios (por ejemplo la televisión y los
videos). De hecho, los niños y las niñas pueden aprender acerca del sexo a
través de estas fuentes, así como de la observación de actos sexuales, de
comunicación con sus compañeros y de los programas de educación sexual. El que
algunos niños y niñas sin historia de abuso sexual muestren comportamiento
sexualizado con muñecos anatómicos constituye una muestra de ello. En un
estudio con muñecos anatómicos de 223 niños y niñas entre los 2 y los 5 años de
edad sin historia de abuso sexual Boat y Everson presentaron los muñecos, los
desvistieron y le pidieron a los niños y niñas “muéstrame lo que hacen los
muñecos entre ellos”. De estos niños y niñas, el 6% demostró comportamiento de
coito usando los muñecos. Ninguno de los niños y niñas de dos años de edad,
pero aproximadamente un cuarto de los niños (varones) mayores de estratos
socioeconómicos más bajos sí lo hicieron. Cuando los investigadores continuaron
con los niños y niñas con conocimiento sexual se pudo establecer que habían
estado expuestos al sexo pero no habían sido abusados (Boat y Everson, 1994;
Everson y Boat, 1990).
Adicionalmente, las investigaciones indican que niños
y niñas entre los 2 y los 12 años tienen curiosidad por las partes privadas del
cuerpo y por las personas del sexo opuesto. Por ejemplo, Friedrich et al.
(1991) hallaron que el 23% de los niños y niñas sin historia de abuso sexual
estaban interesados en el sexo opuesto, el 28% de ellos trataban de ver a las
personas cuando se desnudaban y casi el 31% tocaba los senos. De un modo
similar, Rosenfeld y sus colegas establecieron que el 55% de los niños
(varones) hasta la edad de 11 años y el 70% de las niñas habían tocado las
partes privadas del padre del sexo opuesto al menos una vez (Rosenfeld, Bailey,
Siegel y Bailey, 1986).
Se necesita hacer más investigación sobre el
conocimiento sexual en niños y niñas no abusados sexualmente. Se ha iniciado el
trabajo en este área (Gordon, Schroeder y Abrams, 1990; Philipps-Yonas, Yonas,
Turner y Kauper, 1993) Sin embargo, uno de los retos consiste en construir
estudios que incluyan material que pudieran conocer niños(as) que hayan sufrido
abuso sexual pero que no conozcan aquellos y aquellas que no lo hayan padecido.
La mayoría de las guías para la evaluación de abuso
sexual recomiendan a los entrevistadores explorar fuentes posibles de
conocimiento y comportamiento sexuales diferentes al abuso y, en caso de
encontrarlas, determinar cualquier relación entre conocimiento y alegaciones de
abuso. No obstante, no se tiene documentación que fundamente la conclusión de
que, porque los niños y niñas tienen conocimiento sexual, utilizarán esta
información para hacer una falsa acusación de abuso sexual.
Los adultos experimentan
incitación y gratificación sexuales cuando hacen falsas alegaciones de abuso
sexual
Las consideraciones de Gardner acerca de la naturaleza
pedofílica de todos nosotros, incluso los profesionales que trabajan con abuso
sexual, y su opinión de que obtenemos gratificación sexual cada vez que
consideramos los actos sexuales implicados en una alegación, son realmente
asombrosos. Una asunción más generalizada consiste en que la exposición al
abuso sexual tiene un efecto morigerador frente al deseo sexual. Recientemente
tanto esta asunción como la posibilidad de que, para algunos, el involucrarse
en el abuso sexual podía llevar a una respuesta sexual involuntaria e
inapropiada, han sido tenidas en cuenta por profesionales que trabajan en el
campo del abuso sexual (Bays y Bays, 1995; Maltz, 1992). Estos temas están
comenzando a ser objeto de investigación. Bays y Bays (1995) están realizando
dos estudios, el primero es una encuesta a 142 participantes en una conferencia
de profesionales que trabajan en maltrato infantil y el segundo es con participantes
a una conferencia sobre el trabajo con agresores sexuales (J. Bays, 1995).
Se dispone de documentación preliminar del primer
estudio (Bays y Bays, 1995). Cerca de un cuarto de los encuestados eran
varones, de una edad promedio de 40 años y con una media de ocho años de
trabajo en el campo de la violencia sexual. A pesar de que, en promedio, estos
profesionales reportaron disfrutar de una satisfacción moderada en su vida
sexual, el 21% expresó tener problemas sexuales que los llevarían a remitir a
un profesional a un cliente/paciente en tales circunstancias. Los
investigadores preguntaron a los encuestados acerca de una serie de posibles
efectos de trabajar en el campo del abuso sexual, por ejemplo, pensamientos
intrusivos acerca de la violencia sexual. Considerando la mayor parte, los
participantes del estudio no refirieron ningún cambio debido a su trabajo. Aun
así, hay una tendencia en los encuestados que revelaron experimentar que
aumentan sus fantasías sexuales intrusivas e involuntarias, así como un
creciente miedo a la violación, una mayor sensibilidad a la violencia sexual y
una disminución en el uso de recursos eróticos y objetos de juego sexual. Las
mujeres son más propensas que los hombres a manifestar que el trabajar en este
campo tiene un efecto negativo en su sexualidad. Por ello, los resultados hasta
el momento no proporcionan ninguna fundamentación para las aserciones de
Gardner (1991) en cuanto a que la gratificación sexual se asocia con la
incitación y la escucha de descripciones de abuso sexual.
LA UTILIDAD DEL SÍNDROME DE ALIENACIÓN PARENTAL COMO
SÍNDROME
En esta sección se discutirá acerca de la definición
de los síndromes y su relación con el síndrome de alienación parental y la
utilidad de este síndrome.
¿Qué clase de síndrome es el
síndrome de alienación parental?
Un síndrome, tal cual está definido en El manual de diagnóstico y estadístico de
desórdenes mentales (Asociación Americana de Psiquiatría, 1994), es “un
conjunto de síntomas que ocurren al mismo tiempo y que constituyen una
condición que puede identificarse”. Myers (1993) anota que existe una
diferencia entre una enfermedad, cuya causa es muy seguramente conocida (por
ejemplo, un virus) y un síndrome, cuya etiología es menos cierta pero que se
asume que está presente cuando se establece un conjunto de síntomas. Más aún,
sostiene que algunos síndromes son diagnósticos y otros no-diagnósticos.
Un síndrome es diagnóstico cuando los síntomas se
relacionan directamente con una condición patológica. Myers (1993) pone como ejemplo
el síndrome del bebé zarandeado, cuyos síntomas consisten en una multiplicidad
de lesiones no accidentales en diversas etapas de la curación. La presencia de
estas lesiones indican con bastante certeza que el niño/la niña ha sido
zarandeado(a). Myers utiliza el término síndrome no-diagnóstico al hacer
referencia a síndromes cuyos síntomas no están directamente relacionados con
diagnósticos relevantes, y menciona como ejemplo el síndrome de adaptación al
abuso sexual infantil: sus síntomas no muestran al profesional si el niño/la
niña ha sufrido abuso sexual, sólo explican los síntomas si el niño ha sido
abusado sexualmente. El síndrome de alienación parental es un síndrome
no-diagnóstico; sólo explica el comportamiento del niño/la niña y la madre si el
niño/la niña no ha sufrido abuso sexual.
La utilidad del síndrome de
alienación parental para los profesionales de la salud mental y las cortes
Debido a que el síndrome de alienación parental es un
síndrome no-diagnóstico es sólo útil para los profesionales de la salud mental
al explicar la presentación de síntomas si ya saben de otras fuentes de
información que la alegación de abuso es una falsa acusación hecha
deliberadamente. El síndrome en sí no puede usarse para decidir si el niño/la
niña ha sufrido de abuso sexual. Consecuentemente tiene muy poco valor
probativo para que las cortes tomen decisiones acerca de la presencia o la
ausencia de abuso sexual.
Investigadores y clínicos (por ejemplo Berliner, 1988;
Faller, 1994; Jones y McGraw, 1987; Jones y Seig, 1988) que estudian las falsas
alegaciones han sostenido que es extremadamente difícil tener certeza de que no
haya ocurrido abuso sexual. La única manera de poder estar absolutamente
seguros es cuando no se ha presentado la oportunidad de contacto sexual.
Lamentablemente, con el incesto, tanto en las familias intactas como en las
divorciadas, los adultos tienen muchas oportunidades de tener acceso a los
niños/las niñas sin ser vistos. Éste es especialmente el caso en los divorcios
cuando tanto el padre con la custodia como el que no la tiene puede pasar
importantes períodos de tiempo a solas con sus hijos(as).
Un problema adicional del síndrome de alienación
parental consiste en que literalmente cada síntoma definido por Gardner como
evidencia de su presencia, y de los consecuentes falsos cargos contra el padre
acusado, está abierto a interpretaciones opuestas. Por ejemplo, la afinidad de
un niño/una niña por uno de sus padres y el desagrado por el otro puede tener
toda una serie de causas. El niño/la niña puede preferir al padre que no lo(a)
maltrata y ser hostil con el padre que sí lo hace. El niño/la niña puede
sentirse abandonado(a) por el padre que no tiene la custodia y temer el
abandono del otro padre. Estos sentimientos pueden acabar ocasionando rabia
frente al primero y una fuerte catexis por el segundo.
De un modo similar, el comportamiento de la madre que
Gardner describe como de difamación puede estar basado en abuso sexual real o
en otro tipo de abuso y por tanto sería mejor decir que es un comportamiento
protector. Otra alternativa sería que ella puede creer genuinamente que el
padre acusado ha abusado sexualmente de su hijo(a) sin que haya sido así. De
este modo, su comportamiento se ha basado en equívocos pero no es difamatorio.
Más aún, el síndrome de alienación parental carece de
moderación. Se proponen explicaciones elaboradas y dinámicas complejas respecto
del comportamiento del niño/la niña y del acusador, incluyendo una serie de
mecanismos de defensa, perversidad sexual y maldad. Se puede sostener que
aquellas explicaciones más mesuradas y probables son las que afirman que hay
fundamento en las quejas del niño/la niña y de la madre o que éstos(as) están
equivocados pero que no son perversos(as), malos(as) o que están locos(as).
Debido a que existe la posibilidad de múltiples
interpretaciones de un síntoma dado o de una serie de síntomas, el síndrome de
alienación parental es muy vulnerable a problemas de confiabilidad entre
clasificadores. Un indicador de un experto de que una alegación es falsa puede
ser para otro experto el indicador de que la alegación es auténtica.
Así mismo, clínicamente, el síndrome de alienación
parental no es ilustrativo puesto que no toma en cuenta la variabilidad y el
alcance de los comportamientos y las reacciones del niño/la niña, la madre y el
padre en las alegaciones de abuso infantil falsas y las auténticas. Por
ejemplo, no se ajusta el espectro de las respuestas de los niños/las niñas a un
padre abusador, que pueden incluir odio, afecto o ambivalencia. Es más, no
reconoce que el/la mismo(a) niño(a) puede expresar emociones bastante
diferentes frente a un padre abusador en diversos puntos de tiempo y en
diferentes circunstancias. Los niños y niñas pueden tener todo un conjunto de
reacciones frente a un padre acusado pero no abusador. Las madres pueden
mostrar también una variedad de respuestas frente a una alegación de abuso,
desde descreimiento hasta creerlo, sin importar la veracidad. El grado hasta el
cual ella protege su hijo(a) de un posible futuro abuso también puede variar,
igual que sus sentimientos acerca del alegado agresor, sin importar si las
alegaciones son ciertas. Por ejemplo, una madre puede creer que su hijo(a) ha
sido maltratado(a) pero puede fallar en protegerlo(a) porque teme a las consecuencias
que podría haber si reacciona de manera protectora.
En True and
False Accusations of Child Sex Abuse (1992c) [Verdaderas y falsas acusaciones de abuso sexual infantil] Gardner
declara que no existe nada que corresponda al “síndrome del abuso sexual infantil”
porque los niños y niñas que han sido abusados(as) sexualmente muestran una
variedad muy amplia de síntomas (p. 93). Se podrían hacer críticas comparables
respecto a la utilidad del síndrome de alienación parental.
CONCLUSIÓN
Como se dijo en la introducción, es importante
considerar y examinar de manera crítica explicaciones alternativas cuando se
dice que los niños/las niñas han sufrido de abuso sexual, incluyendo teorías
tales como el síndrome de alienación parental. No obstante, debido a que el
síndrome de alienación parental no trata directamente la cuestión última, de si
el niño/la niña ha sido abusado(a) sexualmente o no, no es muy útil para
efectos de determinar este tema. Su única utilidad posible sería el comprender
el comportamiento del niño/la niña y la madre en algunos casos en los cuales se
establece por otros medios que la alegación de maltrato de parte del padre es
falsa.
Una deficiencia fundamental del síndrome, tal como lo
describe Gardner (1992a, 1992c) es que no considera explicaciones alternativas
del comportamiento del niño/la niña y la madre, incluyendo la veracidad de la
alegación o el que la madre se equivocó de manera honesta. Incluso en los casos
falsos, el síndrome no tiene en cuenta la vasta serie de motivaciones y comportamientos
de niños y niñas, madres y padres.
Gardner no presenta documentación para fundamentar la
existencia del síndrome y sus dinámicas propuestas. De hecho, la investigación
y los trabajos clínicos escritos realizados por otros profesionales llevan a la
conclusión de que algunos de estos principios están equivocados y que otros
representan el punto de vista de una minoría.
[1] A pesar de que, de acuerdo a Gardner (1992) el 10% de los
padres acusadores son varones, su trabajo se centra en las madres acusadoras.
Por tanto, a lo largo de este artículo, se hace referencia al padre acusador
como “la madre”, en femenino.
[2] Sin embargo, Gardner incluye al conocimiento sexual y
al comportamiento seductor en la Escala de Legitimación del Abuso Sexual (SALS)
y en su lista de factores en los Protocolos para la evaluación del abuso sexual
como indicadores de que el niño/la niña dice la verdad acerca del abuso sexual.
De ahí que es inconsistente en sus concepciones acerca del conocimiento y el
comportamiento sexuales de niños y niñas.
[3] Las tarifas de Gardner pueden alcanzar unos US$ 400 la
hora.
[4] Los 84 factores de la SALS aparecen en el Apéndica.
[5] Como se indica en la Nota 2 estas posiciones no son
consistentes con su inclusión del conocimiento sexual y el comportamiento
sexualizado como indicadores de probabilidad de abuso sexual en niños y niñas.